sábado, 12 de abril de 2008

En la Plaza de La Inmaculada






¡Yo soy!





Es mediodía, dos señoras están pisando mi sombra sin advertirlo:

_Pues sí hija, el viernes fuimos a comer varias amigas al restaurante... ya sabes tiene fama de fino y elegante. A ti te puedo hablar con franqueza. Lo de fino y elegante sí. El número de copas ni las conté. Los centros de mesa preciosos y originales. El lugar, con luz natural...¡divino!.

De la comida... ¡ni me preguntes qué comimos!... porque estoy segura que ninguna recuerda los nombres de tan sumamente sofisticados que eran. Todo... "delicateses"...

_Y seguro que os costó un pastón _intervino la segunda.

_¡Con eso ya contábamos! Ya sabes lo sibaritas que son ... y ... Lo peor fue que salimos con más hambre que entramos y a la mayoría no nos gustó. Demasiadas mezclas. Salió el cocinero, sabes que ha cocinado para el Rey; claro todas: "Todo estupendo y sabrosísimo". Al salir sólo ... y ... lo defendieron. Las demás muertas de risa dijimos: "Una y no más Santo Tomás". ¡¡Ni por el sabor sacabas lo que era!!

_Y encima les llaman "restauradores" _terció de nuevo su interlocutora _¡Habráse visto mayor desfachated! restaurar es mejorar lo antiguo y "algunos de éstos" son "arte moderno con minúsculas". Eso sí, todos los medios hablan de ellos. Lo curioso es que desde que cocinan los hombres... parece que el cocinar es una ciencia. ¡Encima ganan un pastón! Menos mal que la mayoría de las mujeres sigue cocinando al estilo de la abuela, calladamente y sin anunciarse.
Se fueron las mujeres _les oí comentar _ "a preparar la comida".


Vino a mi sombra la frase: "Nadie predica mejor que la hormiga, y no habla..." de Benjamín Franklin.




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