martes, 7 de octubre de 2008

En el Hospital Princesa Sofía






¡Yo soy!




Mi sombra visita el hospital recientemente reformado y... sigue a un anciano de ochenta y muchos... pasea por el largo pasillo con muletas acompañado de una mujer mayor.

_Vamos, vamos para la habitación que se me cae el pañal. Llama a la enfermera para que me lo coloque mejor.
_¡Que no hombre, que te lo puso hace un momento!

_Pues que me traiga una pastilla que hoy no he hecho de vientre.

_Que no, que la tomaste ayer.

_Llama y que me den un calmante que me duele todo.

_Que no, que tiene que pasar más tiempo.

_¡Claro como a ti no te duele!. Encima los sobrinos sin venir a verme, que ayer cuando tu te fuiste al pueblo, me puse malísimo, creí que me moría aquí sólo como un perro. Les llamé por teléfono y... ¿tú los viste? yo tampoco. ¡Esos... de los millones del banco ni un duro, te enteras, ni un duro!

_¡Eres un viejo egoìsta! No sé para qué queremos los millones. Hace dos días que me compraste la lavadora y eso porque insistieron los sobrinos que si no... ¡Sólo piensas en ti!. No paras de quejarte. Me tienes aquí como una esclava todo el santo día: que si no te dan carne, que si estás lleno, que si no viene el médico... A mí ya me da vergüenza tanto llamar al timbre. ¡Tenías que estar agradecido! te tratan muy bien. Consumes más medicamentos que una farmacia, sin que te cuesten un duro... ¡Tenías que pagarlos tú verías como no tomabas tantos!

Salió mi sombra de allí pensando: ¿Cómo puede ser que un anciano no acepte su final de etapa y no sea agradecido con esta sociedad que se lo da todo?


Luego recordé una frase: "La decrepitud la da, posiblemente, el cielo como castigo al que desea vivir demasiado" de Hugo Foscolo.




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