miércoles, 2 de noviembre de 2011

¡Muertes!





¡Yo soy!




¡Día de Difuntos!
 
 A mi mente de sombra viene la reciente, aunque parezca ya lejana, muerte del dictador libio.
 
Ni siquiera a un dictador le deseo esa clase de muerte. Llama la atención que "el mundo civilizado" al que pertenecemos se haya alegrado de acabar con él de esta manera.
 
 Para mí el fin no justifica los medios. Aunque los periódicos digan que fueron los suyos. ¡Todos sabemos que fueron los nuestros! ¡Me ha parecido horrible su muerte! Pero... ¿Todo vale a cambio del oro negro?
 
Hay muchas formas de acabar con un dictador. ¡Una guerra es la peor! Se cometen muchas muertes injustas bajo una dictadura, pero atacar a un país en paz, para acabar con una de ellas, las multiplica. Todas las guerras son injustas, pero las que se hacen por codicia, aún lo son más y sobre todo las menos justificadas.
 
Quizás por eso, por su forma de morir, tan execrable, ha merecido tener por tumba el desierto. No importa el lugar en la arena. Quizás bajo la "jaima" de las estrellas y el sonido del Siroco, su espíritu se arrepienta de sus errores.
 
Me pregunto: ¿De verdad el pueblo libio mejorará? ¿Ha mejorado Irak?
 
 
Vendrán tiempos en los que todos los crímenes, incluídos los cometidos en las guerras, serán considerados como asesinatos: "Si matamos con el consentimiento colectivo, no nos remuerde la conciencia, las guerras se han inventado para matar con la conciencia limpia" de Eugéne Ionesco.
 
 
 

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