jueves, 6 de febrero de 2014

¡Negligencia! ( 3 )





 Esta experiencia, aunque escrita en mis "cuadernos no azules", la tengo grabada a fuego en mi mente de sombra. 

Sidi, un niño  saharaui de 13 años, fue el protagonista. Llegó enfermo un verano a España. Sus padres adoptivos hicieron todo lo posible por curar su enfermedad degenerativa hasta que supieron que nunca se curaría. 

Cuando llegó a nuestra clase iba en silla de ruedas, hablaba bastante bien el español pero aún no era capaz de escribirlo. Los niños de la clase le acogieron muy bien. Le queríamos mucho y le hacían partícipe en sus juegos: le tiraban el balón, le movían la silla de un lado a otro, recogían lo que fuera si algo se le caía...

Uno de los días en el recreo, mientras jugaban vigilados por mí sombra, se acercó una madre a la que pedí que me cantara un "ramo leonés" del que desconocía la música. Entramos en la clase a por la letra del ramo, que ella comenzó a entonar. De pronto llega su hijo sobresaltado:

_¡Qué tiraron a Sidi, que tiraron a Sidi! 

Salí disparada y me encuentré a Sidi de bruces sobre el asfalto. Lo levanté en vilo, lo coloqué de nuevo en su silla y regresé a la clase rodeada por todos mis alunmos, uno de ellos llorando. Les digo que son unos brutos, mientras limpio y desinfecto la cara de Sidi. Sus heridas eran muy superficiales pero su cara parecía un mapa. El niño estaba tranquilo. Le pregunté si se había caído alguna vez más y dijo: 

_Sí, un día y la cabeza me hizo "boom".

 Tod@s nos reímos, pero mi procesión iba por dentro. Me explicaron cómo había sido: El que lloraba, había atado una cuerda, que hacía de comba, a la silla y tiraba de ella con fuerza mientras corría. Sidi dijo que la silla se había frenado de repente y se lo creo, pero... Nunca hubiera ocurrido algo así, si mi sombra hubiera estado en su puesto. Jamás hubiera permitido que ataran una cuerda a la silla de Sidi. 

Cuando llegó su madre adoptiva a recogerlo, salí en su busca antes de que viera al muchacho y le dije: ¡Vaya susto que hemos pasado! Se cayó Sidi, mejor dicho lo tiraron. Entró, lo vio tranquilo y me dio ánimos: "No te preocupes ya no es la primera vez". Se lo agradecí infinito. El disgusto... me duró varios días, hasta que vi la cara de Sidi completamente limpia. 


Una gran lección: "Los mejores pueden resbalar y los más cautos caer. Está por encima de los mortales no errar nunca" de John Pomfret.




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