Es un matrimonio portugués con dos hijos pequeños. Viven en el cuarto piso. Los vecinos han oído gritos de la mujer más de una vez.
La vecina del quinto habló con la del tercero:
_¿Has oído los gritos?
_Ya lo creo, varias veces, esa mujer está siendo maltratada.
_Está bien pues yo no lo aguanto más, la próxima vez llamo a la policía.
_Si no lo haces tú lo haré yo porque me siento mal de no haberlo hecho ya.
Sólo pasó una semana y de nuevo los gritos llenaron el edificio. Una de las vecinas llamó a la policía que se presentó y las voces y los gritos dejaron de sonar. Pocos días después volvió el escándalo. Las dos vecinas más cercanas, un día que el marido de la mujer había salido de casa, decidieron ir a hablar con ella.
_Mira, debes de poner una denuncia porque aquí las leyes te apoyan y no puedes seguir recibiendo palizas de tu marido. Ella las escuchó en silencio y con la cabeza baja les dijo: Ya me avisó mi madre cuando me casé que iba a pasar, que me iba a zurrar, tendré que perdonar porque me casé.
_¡Cómo que perdonar!, tienes que denunciarlo _afirmó la del tercero_ nosotras somos testigos, junto con la policía y la mitad del edificio.
Si no lo haces por ti, hazlo por tus hijos _añadió la del quinto.
La mujer entre gemidos susurró: "Otro país, sin familia, sólo el trabajo de él..." No lograron convencerla y ambas regresaron tristes a sus hogares.
A muchas mujeres les falta valor para levantarse aunque les tiendan la mano: "El matrimonio pone fin a muchas locuras cortas, con una larga estupidez" de Friedrich Nietzsche.