¡Yo soy!
Son las seis de la mañana. En el suelo, hay una tapa grande de hierro forjado levantada que pone Telefónica en grandes letras. Al lado un habitáculo del que sale un ruido espantoso de taladros y otras herramientas.
La temperatura es de dos grados bajo cero.
El sonido me ha despertado y mi sombra se acerca al lugar protegida por las sombras de la noche. De pronto se abre un portal y un hombre avanza hacia la ruidosa esquina gritando:
_¡Quién coño puede ponerse a hacer este ruido a estas horas! ¡La denuncia que le va a caer al que sea que se prepare! Me cago en su puta madre! ¡¡Manda cojones!! ¡Con este frío y ni en casa puede uno estar tranquilo y durmiendo en paz!.
Se acerca al hoyo y ve lo que yo. El hombre se queda mudo. Dos jóvenes con el mono de Radiotrónica, con el agua hasta la rodilla, trabajan a destajo. Uno sujeta un manojo de cables de varios colores en alto sobre un cajón, para evitar que se mojen. El otro, con varias herramientas y un soplete los manipula intentando arreglar la avería. Mientras, una bomba lanza el agua a la calzada.
_¡Pobres muchachos! Masculla el hombre y se va en silencio. Yo le sigo.
Por la mañana todo estaba en orden y... la tapa en su sitio.
A mi sombra no le pareció exagerado aplicar aquí la famosa frase de Winston Churchil:
"Nunca tantos debieron tanto a tan pocos".