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foto obtenida de la Red. |
Como hoy es el día de "Los enamorados" me ha dado por hablar de la "segunda vez que me enamoré" porque la primera ya la conté.
Amador .
Siempre se tiende a criticar a las parejas en las que él es mucho mayor que ella y no digamos si es al revés. Mi sombra entiende que cuando un pivón está junto a un anciano, sea una parejas poco creíbles. Pero a veces en la vida ocurren encuentros con verdaderos sentimientos cuando la diferencia de edad es grande como fue mi caso la segunda vez que me enamoré.
En un principio fue un caso típico. La alumna que se enamora de su profesor y a veces el sentimiento es recíproco. El Sr. Solans era catedrático en nuestro instituto, director y profesor en el bachillerato. Nos daba prácticamente todas las asignaturas puesto que las que él no daba, las supervisaba o ampliaba. Él nos enseñó a amar las matemáticas, a observar y amar las estrellas, a deleitarnos con la música... Fue un profesor polifacético, profesor por vocación y eso se notaba, todas sentíamos respeto y admiración por él. Reconozco que todas decían que era su alumna preferida y si me sacaba a mí a la pizarra los gritos o broncas que acostumbraba a dar se diluían como por ensalmo.
Al finalizar nuestra estancia en Ripoll (Gerona) y terminar el bachiller, nos ofrecían la posibilidad de seguir en Cataluña trabajando en laboratorios y oficinas o regresar a nuestra tierra. Muchas chicas regresaron y otras se quedaron allí y formaron en Cataluña sus familias. El Sr. Solans, siempre le llamábamos por su apellido, sabía de mi intención de seguir estudiando Magisterio, Entonces, me ofreció la posibilidad de irme con él y su familia a Lérida. Haría la carrera por libre. Él me daría las clases gratuitamente y mi sombra a cambio ayudaría en las tareas de la casa y el cuidado de sus cuatro hijos pequeños.
Yo acepté. El Sr. Solans tenía entonces 48 años y mi sombra 21, o sea nada menos que 27 años más que yo. La admiración que sentíamos mutuamente se fue transformando con la convivencia hasta el punto de que su mujer y él tuvieron más de una discusión acerca de su trato para conmigo. He de añadir que su mujer tenía sólo siete años más que yo, ambas, nos apreciábamos mucho y yo sentía un cariño enorme por los niños Él, además de sus clases oficiales, daba clases particulares de Preuniversitario en casa y me pedía que yo asistiera a ellas en contra de la opinión de su mujer. Sin darme cuenta me enamoré de él como una colegiala y me sentí correspondida, aunque nunca hicimos el amor. Cuando mi sombra salió de la Residencia tenía una carga religiosa que me hacía considerar que aquella relación era imposible, no podía romper aquella familia de ninguna manera, me sentía culpable y avergonzada a la vez.
El verano anterior había ido con mi hermana y una amiga a Palma de Mallorca de vacaciones y habíamos conocido a un sacerdote que nos pareció muy avanzado comparado con los ejemplos que habíamos tenido. Así que, cuando ya no podía más, le escribí al cura mallorquín que me contestó aconsejándome que aquella relación no era normal entre un profesor y su alumna y que debía de tener el valor de mirarla de frente y abandonarla. Me costó decidirme pero lo hice.
Al terminar el curso, puse como disculpa problemas familiares y me vine para continuar mis estudios en León. Hoy sé que tomé la decisión correcta. Estudiar, sin trabajar, alternando con los jóvenes de mi edad. Abrí los ojos al mundo y disfruté día a día lo más posible de mi juventud puesto que hasta ese momento sólo había tenido responsabilidades y trabajo. Creo que fue lo mejor que pude hacer por mí misma y por aquella familia a la que tenía en gran estima.
Pasados unos años, supe que su mujer y él se habían separado y que se dedicaba a la música, su gran pasión. Me alegré mucho por él y le deseé lo mejor.
Así abandoné al segundo amor de mi vida. Él ya emprendió hace años el viaje sin retorno, pero siempre estará su recuerdo y gratitud dentro de mí. Un día me hizo una promesa. No le gustaba ningún texto de latín, para él todos tenían defectos. Me dijo que escribiría un texto de latín y me lo dedicaría a mí. ¿Lo llegaría a escribir? Nunca lo supe. No importa, a estas altura lo de menos sería el latín pero hubiera sido el regalo más hermoso de mi vida.
Hay amores que dejan huella: "No hay amor sin que se sufra o se haga sufrir" de Henri de Régnier.