viernes, 29 de octubre de 2021

D. Andrés

 


 Esta historia comenzó hace unos 70 años. 

Andresín es un niño de 11 años, segundo de seis hermanos, al que llaman así para diferenciarlo de su padre que también se llama Andrés. Un día de otoño su padre y la tía Rosalía se fueron al monte para arrancar "tueros" o "tuérganos" que son las raíces de las urces para la cocina de humo.

 Andresín estaba con ellos y varios primos. Mientras ellos jugaban su padre excavaba un hoyo alrededor de una raíz con el azadón. (Apero de labranza que por un lado es como azada y por el otro acaba en pico). De repente, Andresín resbaló y cayó, su padre no pudo parar el golpe que le hizo una brecha en la cabeza de varios centímetros. Los niños miraban desde arriba y la tía con el pañuelo de la cabeza y el mandil intentó taponar la herida. El padre lo cogió en brazos y al llegar a casa, entre los gritos, le pusieron al niño unos trapos limpios que renovaron un par de veces. Su madre acostó al niño en la cama pensando que no pasaría de la noche. 

A la mañana siguiente llegó la tía Rosalía con el médico que vivía en otro pueblo. El doctor, dijo que había que llevarlo de inmediato a Astorga. En bicicleta fueron a Veguellina en busca de un taxi que llevó el niño a la ciudad maragata. Allí, el doctor Don José, un gran profesional, lo ingresó en el hospital y lo operó. Al cabo de un mes el niño regresó con su familia.

 Pasó un año y al niño le comenzaron a dar ataques epilépticos. Don José dijo que deberían llevarlo a Madrid y así lo hizo el padre que ingresó al niño en el hospital de La Paz. Los médicos dijeron que había que realizar una operación de mucho riesgo. Allí estuvo el chico cuatro días. Entretanto, su padre regresó a la ciudad bimilenaria para informar a D. José y pedirle su opinión. El doctor, con la información, dijo al padre de Andresín que él no dejaría que lo operaran, que hasta las pruebas serían peligrosas y quizás no le volvieran a darle ataques en muchos años, como así fue. Andrés regresó a Madrid, entró en La Paz, cogió a su hijo y se lo llevó de vuelta a casa sin decir nada a nadie. 

Como había muchas bocas que alimentar y el niño era despierto para los estudios lo enviaron a los frailes de la Salle en Burgos donde se convirtió, en el hermano Andrés. Con los votos perpetuos, su título de magisterio, su sotana negra y su babero blanco, comenzó a dar clases en el colegio de la orden en Burgos. Más tarde fue trasladado a Valladolid. 

La ilusión del fraile era ir a la universidad pero su tiempo era escaso. Por la mañana la universidad, la tarde entera dando clases y por la noche vigilancia de los internos. Sólo aguantó un trimestre en la universidad. Con 27 años tomó una drástica decisión. Colgar los hábitos. 

Como no había hecho la mili tuvo que hacerla y allí dedicó su tiempo libre a preparar oposiciones de maestro. En León había una chica de su pueblo que preparaba la misma oposición. Se puso en contacto con ella para que le informara de papeleo, plazos, fechas... Así comenzó una relación que duraría dos años y se convirtió en un matrimonio pedagógico. 

ESTA ES LA HISTORIA DE D. ANDRÉS, EL PADRE DE MIS CUATRO HIJOS Y ABUELO DE MIS SEIS NIETOS. Sencillamente, me apetecía contarla.


La vida puede ser generosa: "Ten siempre presente que la piel se arruga, que el cabello se vuelve blanco, que los días se convierten en años pero lo más importante no cambia. Tu fuerza interior" de la Madre Teresa.


jueves, 21 de octubre de 2021

Sí, si, preciosa...

 


Sí, sí, preciosa... 

Son una pareja de divorciados que se llevan bien. Él tiene nueva pareja y ésta tiene una hija a punto de cumplir la mayoría de edad con la que discute constantemente. Habla por teléfono con su ex. Le comenta que está muy bien, con su nueva pareja y añade: 

 _Lo que no aguanto son las discusiones de la madre con su hija pero en eso yo no me meto. ¡Menos mal  que dice que se va a independizar! Espero que así sea y podamos vivir en paz sin ella. 

_Con lo guapísima que es, _añade la que fue su mujer_ por las fotos que publica en facebook le sobrarán pretendientes. 

_ Sí, sí, preciosa: lleva las pestañas postizas, lentillas de color azul, labios operados, pechos operados, glúteos artificiales... sí, sí, preciosa... y lo peor es que es guarra, guarra hasta decir basta. No asomes a su habitación, además del mal olor, es un caos con todo por el suelo... El desorden es total. Su madre no puede con ella porque son polos opuestos. La madre tiene obsesión por la limpieza y por eso se pasan el día discutiendo y yo estoy en el medio sin intervenir para no empeorar las cosas. Tenga ganas de librarme de ella de una vez, aunque su madre no la ve preparada para nada. 

_Mejor, mejor que no te metas, son ellas las que discuten y entre una madre y una hija si tomas cartas en el asunto suele ser peor, porque sea como sea, las madres siempre se ponen de parte de los hijos. 

La conversación continuó por otros derroteros. Tanto la obsesión por la limpieza y el orden como el mayor caos son extremos y a mí los extremismos no me gustan.

 

Estoy en desacuerdo con la frase: “Más quiero la injusticia que el desorden” de Goethe.


jueves, 14 de octubre de 2021

Feve

 


 La foto de un gato negro en el blog de H. Fraile, me ha dado pie para escribir la entrañable historia de un pequeño gato negro. 

Mi amiga Trini tiene un hijo, Fran, de 27 años que acabó de hacer un curso de maquinista en Madrid y actualmente está haciendo las prácticas. Hace unos dos meses al llegar el tren a la terminal, oyeron el maquinista y él un sonido apenas audible. Fran se acercó al lugar y vio una manchita negra, un gatito de apenas 100 gramos de peso. Lo cogió en su mano y se lo llevó. 

Apareció en su casa con una caja. Trini tendía la ropa y oyó decir a su hijo: Aquí te traigo a Feve. Su madre se giró, lo miró y soltó: Sí, la máquina del tren en una caja de zapatos. Se acercó y abrió la caja. Allí había un par de zapatillas de invierno acolchadas y en una de ella algo negro diminuto hecho una bolita, se movió algo y su madre apartándose soltó: 

_¡Ah, no, un gato no, ya sabes que a mi no me hacen gracia los gatos y menos con las dos                 perritas ya sabes que los gatos y los perros no se llevan bien. 

_Bueno mamá, no ves lo pequeño que es, seguro que se muere. 

_Te digo que yo no quiero gatos y lo sabes, además los gatos negros dicen que traen mala suerte. 

_¡Chorradas! Voy a estar sin viaje dos días así que lo cuidaré. 

_Sí, dos días y después qué, que no, que no. 

Fran dijo que iba a consultar con la veterinaria de las perritas y salió del piso. Su madre miraba al animalito y no podía creer que algo tan pequeño pudiera salir adelante. Después de más de una hora apareció Fran con toda la parafernalia: Un pequeño nido, una mantita, un biberón que parecía de muñecas, medicamentos, vitaminas especiales . . . Cogió al gatito con mimo e intentó darle el biberón, su madre se lo quitó de las manos. ¡Déjame que no tienes ni idea! 

Por la noche el bebé gato parecía que lloraba. Fran se levantó y detrás de él su madre en camisón para darle el biberón al gato. ¡Tres veces en la noche salieron los dos de la cama para atender al minino! Pasaron los dos días y Fran se tenía que ir. 

_Quédatelo mamá por lo menos unos días. 

_Que no, que no, necesita mucho tiempo. Además sin transportín ¿Cómo lo voy a llevar a la tienda? 

_Por eso no te preocupes ahora mismo voy a por uno. Por favor, por favor... 

Ocurrió lo que Fran esperaba. ¿Dónde iba a ir él de un tren a otro con el gato? En cuanto Fran cerró la puerta su madre corrió a coger la mantita del gato y a dársela a oler a las perras que la olfateaban una y otra vez. Luego dejaba que se acercaran a él curiosas. ¡Lo consiguió en un tiempo record! La perra mayor lo empezó a lamer como si fuera un perrito. ¡Lo dejaba hecho un cristo cada vez que lo hacía! El gatito subió como la espuma. 

Ya sabréis por qué se llama Feve.  Lo habéis acertado, porque Fran lo encontró en la línea Feve de Renfe León-Bilbao. 

Lo más curioso es que ahora Trini, a mediodía, cuando saca a sus perritas, saca a Feve, ¿Cómo? Con un arnés como a las perrinas. Es la primera vez que veo un gato que admita ir atado, pero Feve, como así ha sido desde tan pequeño, se debe creer que es un perrito. 


¡Me encanta Feve y su nombre!: "La gente que realmente aprecia a los animales siempre pregunta sus nombres" de Lilian Jackson Braun.


jueves, 7 de octubre de 2021

Monólogo de silencio (9)

 


¿Algo cambia por cambiar el nombre? "Viejo" no les gusta, prefieren anciano, señor mayor, persona con experiencia...Sandeces. ¿De qué te sirve aquí la experiencia? Como no sea para dar la murga a los demás con ella. Soy un viejo más entre viejos. Llegué con 83 años y ya he "celebrado" cinco cumpleaños aquí dentro. Ahí viene José, hace un año llegó sin  bastones y ya se apoya en dos, sólo le falta la nieve; de vez en cuando hay que echar una sonrisa para dentro. Leí hace tiempo, ahora ni prensa tenemos por la pandemia, leí una frase que me impactó: "Las residencias de ancianos son almacenes de frutos secos" no me la puedo sacar de la cabeza, tuvo que ser alguien que odia mucho a la gente como yo. Desde que murió Manuela, mi mujer, nada volvió a ser igual. Ya ves tú, de cáncer de pulmón sin haber fumado un puto cigarro en su vida. Me alegré de su muerte, verla sufrir sin esperanza es lo peor que puedes vivir. Estuve triste más por mí que por ella, pues al fin descansó. Viene una chica, parece nueva, endereza a María y a Joaquín, ¡pobres! atados a la silla porque se caen. Pero murió en nuestra casa y en su cama. Fui unos días con mi hijo para León a su piso, a mi piso, que yo se lo compré. Ayer vino una enfermera a informar sobre la tercera dosis, da igual, los vacunados caen a cuenta gotas, pero caen. Dijo que quizás nos la pongan con la de la gripe. Ya me lo imagino en vez de la otra mejilla; abuelo, ponga el otro brazo que esta es la de la gripe. y lo pones, ¡qué vas a hacer! Luego vendrá la cuarta dosis y la quinta, ¡será por dosis! Murió tranquila y serena. A la semana volví al pueblo, a mi casa, a mi huerta; me sentía feliz. Mis vecinos Felisa y Damián me ayudaron mucho durante la enfermedad de Manuela. Felisa siempre, hasta que ingresé, o mejor, me ingresaron aquí. Damián, falleció hace tres años en su casa, en su cama,  como debe ser, yo ya no tengo esa esperanza. Era como un hermano para mí. Hicimos la mili juntos, nos tocó para Ceuta y nos fuimos a La Legión a Sidi Ifni porque pagaban algo; con 19 años ni lo piensas. Lo que yo viví durante la primera ola de la pandemia aquí, se queda corto con lo que vivimos allí. Damián aún peor que yo. Un día estando de guardia, dio el alto, pidió el "santo y seña" y como no hubo respuesta, disparó. El chico ya no se levantó del suelo, era uno de los nuestros, murió aterrorizado, se le había olvidado el "santo y seña". Alguna vez Damián me dijo: Isidro, soy un asesino, ¡calla! le decía yo. Cuando yo le recordaba aquella chiquilla a la que yo...el que me mandaba callar era él. Los secretos de ambos morirán con nosotros. Mi hijo comenzó con el sermón unos dos años después de morir su madre: que si la casa no estaba en condiciones, que si un día me daba un infarto, que si el invierno venía muy duro...Nada de ir para su piso, mi piso, que es grande y no tienen hijos. Bueno, mejor así, son los tiempos. Al final claudiqué. Este verano vino diciendo que la casa se iba a caer. Viendo por donde iban los tiros, le di permiso para venderla. Tardé en sentirme libre dentro de esta cárcel pero ya lo soy. Aquí, oír, ver y callar. No espero nada ni de afuera ni de dentro, sólo el billete para el viaje de ida   . .  . "almacenes de frutos secos". . .


Sin esperanza: "Adiós, sombras queridas;

                     adiós sombras odiadas.

                     Yo nada temo en el mundo;

                     que ya la muerte me tarda" de Rosalía de Castro.