Esta historia comenzó hace unos 70 años.
Andresín es un niño de 11 años, segundo de seis hermanos, al que llaman así para diferenciarlo de su padre que también se llama Andrés. Un día de otoño su padre y la tía Rosalía se fueron al monte para arrancar "tueros" o "tuérganos" que son las raíces de las urces para la cocina de humo.
Andresín estaba con ellos y varios primos. Mientras ellos jugaban su padre excavaba un hoyo alrededor de una raíz con el azadón. (Apero de labranza que por un lado es como azada y por el otro acaba en pico). De repente, Andresín resbaló y cayó, su padre no pudo parar el golpe que le hizo una brecha en la cabeza de varios centímetros. Los niños miraban desde arriba y la tía con el pañuelo de la cabeza y el mandil intentó taponar la herida. El padre lo cogió en brazos y al llegar a casa, entre los gritos, le pusieron al niño unos trapos limpios que renovaron un par de veces. Su madre acostó al niño en la cama pensando que no pasaría de la noche.
A la mañana siguiente llegó la tía Rosalía con el médico que vivía en otro pueblo. El doctor, dijo que había que llevarlo de inmediato a Astorga. En bicicleta fueron a Veguellina en busca de un taxi que llevó el niño a la ciudad maragata. Allí, el doctor Don José, un gran profesional, lo ingresó en el hospital y lo operó. Al cabo de un mes el niño regresó con su familia.
Pasó un año y al niño le comenzaron a dar ataques epilépticos. Don José dijo que deberían llevarlo a Madrid y así lo hizo el padre que ingresó al niño en el hospital de La Paz. Los médicos dijeron que había que realizar una operación de mucho riesgo. Allí estuvo el chico cuatro días. Entretanto, su padre regresó a la ciudad bimilenaria para informar a D. José y pedirle su opinión. El doctor, con la información, dijo al padre de Andresín que él no dejaría que lo operaran, que hasta las pruebas serían peligrosas y quizás no le volvieran a darle ataques en muchos años, como así fue. Andrés regresó a Madrid, entró en La Paz, cogió a su hijo y se lo llevó de vuelta a casa sin decir nada a nadie.
Como había muchas bocas que alimentar y el niño era despierto para los estudios lo enviaron a los frailes de la Salle en Burgos donde se convirtió, en el hermano Andrés. Con los votos perpetuos, su título de magisterio, su sotana negra y su babero blanco, comenzó a dar clases en el colegio de la orden en Burgos. Más tarde fue trasladado a Valladolid.
La ilusión del fraile era ir a la universidad pero su tiempo era escaso. Por la mañana la universidad, la tarde entera dando clases y por la noche vigilancia de los internos. Sólo aguantó un trimestre en la universidad. Con 27 años tomó una drástica decisión. Colgar los hábitos.
Como no había hecho la mili tuvo que hacerla y allí dedicó su tiempo libre a preparar oposiciones de maestro. En León había una chica de su pueblo que preparaba la misma oposición. Se puso en contacto con ella para que le informara de papeleo, plazos, fechas... Así comenzó una relación que duraría dos años y se convirtió en un matrimonio pedagógico.
ESTA ES LA HISTORIA DE D. ANDRÉS, EL PADRE DE MIS CUATRO HIJOS Y ABUELO DE MIS SEIS NIETOS. Sencillamente, me apetecía contarla.
La vida puede ser generosa: "Ten siempre presente que la piel se arruga, que el cabello se vuelve blanco, que los días se convierten en años pero lo más importante no cambia. Tu fuerza interior" de la Madre Teresa.