Me gusta que algún ex-alumno o ex-alumna, ya convertidos en hombres y mujeres a los que cuesta reconocer, se acerquen a saludarme en algún encuentro inesperado. Siento alegría y pienso, al escucharles, que dejé algún grato recuerdo en ellos.
Así fue cuando se acercó Eduardo, un ex-alumno muy brillante de 8º curso de EGB. Nos saludamos e interesamos por nuestra vida actual. Cuando se alejaba recordé una anécdota de la que fue protagonista.
En cierta ocasión pedí a la clase que desarrollaran un tema con un hecho que hubiera dejado huella en sus vidas. Es una buena herramienta para conocer el grado de confianza, sensibilidad y empatía de los alumn@s.
Eduardo lo hizo sobre Negrito. Su escrito comenzaba así: "Echo mucho de menos a Negrito".
Negrito fue un pequeño cuervo que Eduardo adoptó como mascota cuando aún era un pequeño pájaro. Su aspecto daba honor a su nombre porque sus brillantes plumas eran puro azabache.
Por aquel entonces mi sombra desconocía que los cuervos pudieran pronunciar palabras. Negrito ya decía ¡Hola!, se hacía el muerto y su dueño le estaba enseñando a decir Paca, porque así se llamaba su madre .
A menudo se juntaban Eduardo y más chicos para entretenerse. Ese día jugaban con las peonzas en la carretera. Mientras la peonza de Eduardo giraba, uno de los chicos lanzó la suya con toda la fuerza y partió en dos la peonza de Eduardo. Comenzó la pelea: Lo hiciste adrede. ¡Que no! ¡Que sí, que lo hiciste aposta! ¡Que no! ¡No!
La trifulca terminó con golpes, arañazos y algún siete en la ropa de ambos. Cuando un adulto los separó y se iban en dirección contraria a Eduardo se le clavó la amenaza de su adversario en la sien: ¡¡Y... prepárate, porque a Negrito le quedan pocos días de vida!!
Desde ese día la tensión de Eduardo iba en aumento. Negrito comía en el corral de su mano y aunque se subía volando a la tapia nunca se alejaba. Le acariciaba y el pájaro le correspondía acercando el pico a su cara. Todo el mundo en el pueblo conocía la existencia de Negrito y sus cualidades.
A pesar de su vigilancia la preocupación de Eduardo porque alguien hiciera desaparecer a Negrito, iba en aumento. Un día de madrugada pidió a su padre que arrancara el tractor y los dos, con Negrito al lado, se dirigieron al monte. Allí, con pena, Eduardo lanzó con fuerza en sus manos a Negrito que voló hasta un enorme castaño. Se quedó allí, un poco aturdido, moviendo sus ojos de un lado a otro. El regreso fueron unos km en completo silencio. Aún así, el ruido del tractor no apaciguaba el sonido que Eduardo escuchaba en su cabeza: Hola. hola, hola....
Así ocurrió: "Las mentes más profundas de todos los tiempos han sentido compasión por los animales". de Friedrich Nietszche.