Mi sombra no llegaba a la treintena. Eran los primeros años de mi docencia. A finales de curso, ocurrió algo que no olvidaré nunca:
En el pueblo donde desarrollaba mi trabajo, murió mi anciana vecina. Su marido, triste y apenado, vino a pedirme que fuera a su casa para ayudar a vestir y a arreglar a la muerta, su mujer, ya que él no tenía valor para hacerlo. Por supuesto después de darle el pésame, le dije que sí, porque les tenía a ambos un gran cariño.
Cuando entré en la casa, ya estaba en ella la mujer del pueblo que se encargaba casi siempre de este menester. Una mujer mayor, amable y cariñosa que me preguntó:
_¿Usted tiene valor, no le dará reparo vestir a la muerta?
Le dije que no, que en mi pueblo, desde niños íbamos a la casa del muerto o muerta y les veíamos siempre de cuerpo presente antes de ser enterrados. Desde luego no sería lo mismo, pero me sentía capaz de ayudar sobre todo porque mi anciano vecino había recurrido a mí y confiaba en mi sombra.
_Está bien, pues pase usted. Lo primero que vamos a hacer es a "prepararla" tengo aquí el palo, ayúdeme a levantarla y a desnudarla para vestirla. Yo miré el palo muy corto y medianamente grueso, aún no entendía para qué podía servir. Le quitamos la ropa. Mi sombra, nunca había visto un cuerpo anciano desnudo. Me impresionó observar las intimidades de un viejo cuerpo, esquelético, arrugado y sin vida. Pero aún faltaba la impresión definitiva: la mujer cogió el palo y se lo introdujo por el ano. Mi sombra se quedó sin habla. El asombro fue tan grande que muda, le acerqué una braga. Me dijo que no hacía falta ponérsela que ya tenía el palo para que no saliera ningún fluido. La giramos de espaldas. No podía apartar la vista de aquel pubis canoso, normal en una mujer de más de 80 años, pero que a mis veintitantas primaveras me impactaba. Me empeñé en que le debíamos de poner la braga. Se la pusimos, luego una camisa blanca larga áspera, de lienzo, a continuación la saya y la chambra negras. La mujer la peinó con su trenza y le colocamos el pañuelo negro de los domingos que siempre llevaba en vida los días de fiesta.
Una vez arreglada la muerta, regresé anonadada a la escuela y jamás se me ha ido de la cabeza aquella forma de "preparar" a una difunta. Curiosamente lo que a mí tanto me impactó, para la mujer "preparadora" era algo muy normal, seguro que ya tenía en su casa más de un "palo" especial para estos casos.
El momento escatológico quedó grabado a fuego en mi mente de sombra: "La muerte de los jóvenes constituye un naufragio, la de los viejos es un atracar en el puerto" de Plutarco.
Ufff... que fuerte. No me extraña que no se te olvide.
ResponderEliminarSaludos.
La verdad que me impactó, Máximo. Un saludo.
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