Eran mis primeros años de docencia. Llegué a un pueblo, que a pesar de no ser muy grande. tenía dos escuelas una de niños y otra de niñas. Como era nueva, después de presentarme al maestro, éste me dijo que si quería me acompañaba a saludar a D. Rogelio, el sacerdote.
Al llegar, nos recibió amablemente el ama del cura y nos hizo pasar a través de un portal empedrado a una habitación donde había una mesa, una sillas y un arca por todo inmobiliario, además de dos cuadros religiosos y un crucifijo en la pared principal. Salió ella y al momento apareció D. Rogelio, un hombre corpulento y más bien bajo. La gran hilera de botones de su sotana luchaba por mantenerla ajuntada a su enorme barriga. Después de los saludos de rigor, nos mandó sentar.
Al momento entró el ama con una botella de anís en una mano y en la otra una bandejita de cristal con media docena de copas igualmente de cristal que más bien parecían dedales por su tamaño y forma. Salió de nuevo y regresó con unas pastas en un platito. D. Rogelio le dijo: Trae la cesta que a los jóvenes les suelen gustar mucho las pastas caseras. Salió la mujer y apareció de nuevo con una cestita como de costura repleta de pastas que había hecho ella, en forma de flor y de corazones.
Cuando salimos de allí, nos reímos del tamaño de las "copas" e hicimos bromas de la media docena de pastas que se había trincado el cura además de varias copitas.
Poco tiempo después llegó la época de las Matanzas y algunos vecinos invitaban al sacerdote y a los maestros a comer. El menú siempre era cocido que se comía al revés, como el cocido maragato. Yo estaba asombrada de la gran cantidad de comida que ponían esos días.
Colocaban en la mesa una gran tartera de barro con los garbanzos y la berza sazonada sin mezclarlos. A su lado una enorme bandeja de aluminio muy plana con el compango. Rebosaba de carne de cerdo: chorizo, tocino, androyas (un embutido parecido al botillo), huesos, oreja, morro, rabo... Aquello no lo saltaba un gitano. La sopa la ponían al final.
Los hombres comenzaron por el compango y los vasos de vino. Yo miraba para el cura y me hacía cruces. Después de degustar el vino y una buena parte del compango, siguió con los garbanzos y un poco de berza. Cuando apareció mi plato preferido, la sopa, pensé que no la probaría. ¡Le sirvieron dos platos de los que no dejó ni rastro! Unas copitas de aguardiente remataron el banquete. Al finalizar los hombres se fueron a seguir con la matanza. Nosotros a clase y el cura se quedó charlando con las mujeres que recogían y fregaban.
Un jueves que no teníamos clase por la tarde, el maestro y yo nos quedamos de sobremesa, charlando con las mujeres y D. Rogelio. Cuando nos dimos cuenta el cura roncaba con sus manos enlazadas sobre el vientre y la cabeza inclinada. Con algún ruido se despertó y exclamó: "Ave María Purísima me he quedado traspuesto". Sólo sonreímos, por educación, pero por gusto yo hubiera soltado una gran carcajada.
Al regreso de las vacaciones de Navidad, nos sorprendieron los niños con la mala noticia. D. Rogelio ya no estaba. ¡Le había dado un infarto!
Bueno, se fue contento con su vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí Alfred, contento y bien lleno je, je.
EliminarAbrazos.
Pobrecillo, por lo menos llegó arriba con el estómago lleno por si no llegaba a la hora de la comida. Un abrazo
ResponderEliminarHola Ester, supongo que allí si es el Paraíso verá tantos manjares que se le saldrán los ojos de las órbitas. Al menos no sufrió para irse. UN beso.
EliminarY lo que disfruto, vamos que tenia hasta un ama, ¿de verdad que era una ama?
ResponderEliminarSaludos
Emilio, en esta zona de León se les llama así "el ama del cura" que a veces suele ser la hermana. Si lo dices con segunda, je, je, al fin no le faltaba de nada. Un abrazo.
EliminarEl hombre subiría feliz al cielo, pero no es muy aconsejable seguir su ejemplo. Tu relato me ha recordado el primer pueblo en el que trabajé en la docencia, como tú. Fue en el corazón de la Mancha y el cura nos invitó una vez a comer en su casa a todos los maestros. Allí probé por primera vez, "los duelos y quebrantos" y las "gachas" manchegas. Nos dimos un buen festín. Un abrazo, Mara.
ResponderEliminarSí Rita, supongo que satisfecho se se fue.
EliminarFíjate que yo aún no he probado los duelos y quebrantos. En La Mancha probé la sopa y claro no se parecía en nada a la de aquí, sólo lo sentía por el camarero que era muy simpático. Un beso.
¡Caramba, Mara!
ResponderEliminarPienso que en sus prédicas, alguna vez don Rogelio debe haber dicho esa vieja frase: "Hagan lo que digo, pero no lo que hago".
Abrazo austral.
Seguro que más de una vez se cumple el dicho, en todos nosotros pero en un sacerdote llama más la atención.
EliminarTodo el cariño para ti y para Chile muchísima fuerza y sensatez para los políticos, que aquí también carecen de ella.
El pobre hombre pagó el exceso.
ResponderEliminarNos quedamos con la duda de saber si fue un buen hombre o no.
Salu2.
No sé Dyhego, alomejor no fue por eso. Yo creo que fue un buen hombre, sólo que para nosotros es una falta y para él era un pecado. Un saludo.
Eliminar<lo de los pecado capitales es algo relativamente tardío, uno de los tantos caprichos que pretenden imponer.
ResponderEliminarA diferencia de otros anteriores, ese hombre no le hizo daño a nadie. Por lo menos, no por lo que contás-
Un abrazo.
Así es, ellos lo consideran pecado, nosotros exceso. Así es era una buena persona aunque confesaría su pecado y quedaría tranquilo volviendo a las andadas.
EliminarAbrazos.
Un gran escrito!!!!!!!!!!!!!! Nacemos con genes y si nos desviamos los genes nos atrapan en la vejez de esta vida
ResponderEliminarmil besos querida
Así es RECOMENZAR, todos tenemos nuestras faltas en comer que no pecados y las pagamos en salud. Un beso.
EliminarJajaja, así apenas podía abrochar la sotana...
ResponderEliminarEra de buen comer, como se suele decir.
Claro que todo tiene un precio...
Sí, Maripaz, sólo que para él sería un pecado, para nosotros un exceso y los excesos a veces se pagan. Alomejor no murió por eso que hoy el infarto está a la orden del día. Besos.
EliminarMuy aleccionador. Si se me permite el atrevimiento, me gustaría aclarar conceptos. Los que llamamos pecados capitales en realidad no son pecados, pecado es ir contra los diez mandamientos. Los llamados capitales son en realidad vicios, inclinaciones naturales en todos nosotros y que pueden fácilmente conducirnos a verdaderos pecados.
ResponderEliminarNo son ningún capricho o invención de la Iglesia, son observaciones que se han hecho en el proceso de educar en la moral cristiana.
Tú lo has dicho Enrique, para mí también son faltas sin más, algunas muy graves. Gracias por tus aclaraciones, yo aquí lo veo como lo contrario de lo que predican sin más. Saludos.
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