¡Yo soy!
Los padres de Alba, avisados por su yerno, vienen hacia la capital:
_ ¿Cómo iríamos de ciegos que no nos dimos cuenta de la autopista? _confiesa la madre_ pensábamos en un nuevo intento de suicidio. Llegaron a las puertas del edificio y un cordón policial les impedía el paso. Ella intentó atravesarlo y un policía la detuvo:
_ ¿Quién es usted?
_Yo soy la madre y éste _señaló a su esposo_ su padre.
_ Bien, vayánse de inmediato para el hospital.
En urgencias hay una sala para casos graves. El doctor de guardia, conocía al padre. Les hizo pasar y les dio una pastilla. Ellos preguntaban por su hija. El doctor sólo decía:
_Tómense la pastilla. La madre se negaba pero ante la insistencia del doctor la tomó. ¡Jamás imaginaron que ya nunca más verían a su hija con vida! La madre se queja:
_"Todo lo hice mal". No me la dejaban ver. Primero la policía, luego los médicos porque tenían que hacerle la autopsia. Ya en la iglesia quise verla, también me lo impidieron.
Le entregaron sus cenizas al día siguiente.
Según la abuela, Alba había dicho que llevaran sus cenizas junto al abuelo, en el pueblo. Así lo hicieron. El panteón quedó rodeado por 19 coronas. Su madre, en los ratos que el llanto se lo permitía, pensaba: "A mí nunca me dijo que la dejaran aquí, éste no es su sitio".
Mi sombra recuerda que alguien dijo: ¡Qué temprano se nos hizo tarde!
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