martes, 15 de noviembre de 2011

¡Fidelidad!





¡Yo soy!





¡No sentí nada! Sólo el frío de fuera y el frío de dentro.

Miraba sin ver. Oía sin escuchar. Pensaba sin meditar. Pronunciaba sin hablar. No rezaba pero recitaba con los demás que rezaban.

 Los miré en el altar dándose el "sí quiero" y deseé que les fuera bien. ¡Que nunca se separaran!

 Tomé a mi angustia de la mano y salí despacio del templo antes que nadie. No iría al banquete ¿para qué? Él ya es otro, yo ya soy otra. Ya queda lejos el día que le dije que se fuera, que era mejor así. Lo hice por egoísmo. No quería que mirara, contemplara, observara y sufriera mi deterioro más interior que exterior.

Lo comprendió. No hubo llanto en la despedida.

La enfermedad es más fuerte que yo. Ella me dio fuerzas para abandonarte. Ella me arrastra, me pesa, me ahoga, me desarma, me empuja, me tritura... hasta deseo que tengan razón los médicos y dentro de unos meses mis cenizas cubran el jardín de la que fuera nuestra casa.

Te fui fiel y seguiré siéndolo hasta el final.

Te prometí que cuando me convirtiera en polvo: mi energía, mi luz, mi alma, mi yo o lo que sea que de mí quede, te seguiría arropando sin abandonarte nunca y... pienso cumplirlo cuando ya no sea. 


Se me olvidó decirte, lo que ya dijo Shakespeare que: "El pasado es un prólogo"




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