jueves, 12 de junio de 2014

¡Viaje fin de curso!





 El viaje fin de curso, entre otros, como el viaje de novios, nunca se olvida.

Uno de los recuerdos más gratificantes de La SAPHIL, fue nuestro viaje final al término del bachillerato. Fueron dos semanas inolvidables recorriendo en autobús, el sur de Francia y el norte de Italia: Venecia, Florencia, Pisa, Roma... El chofer a menudo se despistaba en las autovías y tenía que girar en lugares prohibidos, pero al final llegábamos.

¡Además, el viaje salió baratísimo! Desde el comienzo de nuestra estancia en la SAPHIL, cada semana hacíamos un pequeño ahorro para el viaje final y cuando llegó el momento prácticamente no tuvimos que poner apenas nada. Los directivos de la fábrica también nos hicieron su aportación, puesto que era la primera promoción de su "experimento" con nosotras y había dado buenos resultados. 

Lo disfrutamos mucho. ¡Podíamos llevar pantalones! Nos sentíamos libres de volver a vivir sin los horarios ni prohibiciones del "internado", pero a la vez, sentíamos pena de dejar la Residencia y sobre todo a las compañeras y amigas que habíamos hecho durante los cinco años de nuestra estancia en Ripoll.

 Además de plazas, museos, y lugares únicos... Mirar a los chicos italianos, que todos nos parecían guapísimos, era nuestro deporte favorito,"el que tine hambre con pan sueña". Uno de los días, cuando pasábamos la noche en Génova a un grupo de nosotras, chicas inexpertas, a pesar de haber cumplido la mayoría de edad, se nos ocurrió dar un paseo por la noche. ¡Nada menos que por el puerto de Génova! No es, ni era, un lugar de paseo y menos, nocturno. 

Enseguida unos chicos comenzaron a seguirnos y nosotras con el miedo en el cuerpo, decidimos regresar al lugar donde pernoctábamos. Al llegar a la puerta del hostal, acordamos pasar de largo para despistar a los chicos y que no supieran donde nos alojábamos. A duras penas conseguimos despistarlos. 

En una de las habitaciones dos de las chicas de la salida nocturna, iban a descansar junto con la cocinera. En ese momento la restauradora se ponía su camisón y fijando sus ojos en la ventana dio un grito espeluznante: ¡Un hombre tras los cristales! Las dos jóvenes cuchichearon: ¡Es imposible que sean ellos, estamos en un cuarto piso! Encendieron las luces. Cuando miraron hacia la ventana lo que vieron las dejó sin habla. ¡El chófer del viaje! Ese era el chico encaramado, que ante los gritos de las chicas desapareció. De haber abierto la ventana el hombre habría caído al vacío seguro. ¡Nadie comentó a las responsables del viaje lo que había ocurrido! Pero corrió la voz. No podíamos fiarnos del hombre que llevaba el volante del autobús cuando dejaba de conducir.


¡Vaya susto!: "Ninguna mujer se ha perdido nunca sin que le ayudase algún hombre" de Abraham Lincoln.



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