A veces se apoya en su "cacha" otras va sin su bastón de apoyo. Hoy entra en la peluquería con su carrito de la compra donde mi sombra se encuentra.
Se mueve con agilidad dentro de lo que cabe, pide que le tiñan el pelo, se lo corten, la peinen y le arreglen las uñas tanto de las manos como de los pies. Luego comienza a hablar como si tuviera necesidad de hacerlo:
_Aquí donde me ven tengo cien años recién cumplidos, vivo sola y me apaño.
Quedamos las clientas y mi sombra anonadadas. Sí, su cara tenía muchas arrugas se la podía situar entre los 70 y los 80 años, pero la soltura de sus movimientos no los aparentaba. Alguna de las clientas se lo comunicó:
_Está mejor que mi abuelo que tiene 82 años.
Ella orgullosa y ufana se explayó:
_Tuve un gran bajón cuando enterré a mi hijo, pero ya me he repuesto, desde que le pedí perdón por no haberme muerto yo antes que él sé que allá me espera y la muerte me da menos miedo sabiendo que él me abrazará cuando llegue. Pero mis amigas de las cartas me ayudaron a salir del pozo.
_¿Pero aún juega a las cartas? Le preguntó una mujer.
_Sí, hija sí, pero no donde jugaba antes, aquí en el barrio. Aquí hay un malcarado que si me confundía con una carta en seguida me decía que estaba perdiendo la cabeza y eso, a mi edad, es lo que más daño me hace. Ahora cojo el autobús y me voy a jugar al centro con un par de amigas bastante más jóvenes que yo pero con las que me encuentro muy bien pasando casi todas las tardes.
Quedamos mudas: "Son pocos los que saben ser viejos" de François duque de La Rochefoucauld.
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