¡Yo soy!
¡Llegó la Vendimia!
¡Vendimia! Días felices de relajadas y alegres costumbres que el tiempo, siempre el tiempo, ha hecho desaparecer.
Cierro los ojos y veo a mi sombra con 15 años corriendo por una viña.
¡Me han invitado a vendimiar y me han dado una gran alegría! Las mujeres cortan racimos y separan los mejores para conservarlos colgándolos del techo en "la panera" donde se guarda el trigo al abrigo de la humedad. Los hombres llevan a hombros hacia el carro, las talegas repletas de uvas para vaciarlas en los cestos de mimbre altos y estrechos. Los jóvenes ríen y hacen bromas, mientras cortan racimos y prueban los más lustrosos dándoles un bocado. El ganado espera paciente hasta que el carro esté repleto.
Sigo corriendo monte abajo. Dos adolescentes uno de mi edad y otro no mucho mayor, me persiguen a todo correr, cada uno con un racimo de uvas muy, muy rojas en la mano. Me quieren dar "Las lagaretas". ¡Es la tradición entre los jóvenes!
No me sirvió de nada el esfuerzo. Me cansé antes que ellos de correr entre cepas y piedras. Me di por vencida porque sabía que tarde o temprano cumplirían con la costumbre.
¡Por fin, me dieron alcance! Y... ambos, primero uno, luego el otro y más tarde los dos entre risas y jadeos de los tres, me embadurnaron la cara de un rojo, rojo sangre con las "garnachas".
_¿Te creías que te ibas a librar de "las lagaretas"? _gritaban. Y... no me libré.
Alegres tiempos vendimiando: "La juventud es el paraíso de la vida: la alegría es la juventud eterna del ánimo" de Ippolito (Hipólito) Nievo.
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