martes, 5 de noviembre de 2013

"Bajo el mármol"






  Bajo el mármol... tus restos y sobre él, las flores aún lozanas y frescas. 

La muerte de mi padre es la muerte que siempre he deseado para mí sombra. Sin sufrimiento.  

Ya vivíamos en León. Habías venido para casa en las vacaciones de Semana Santa y ya no regresaste al pueblo. Algún vecino había comentado que en la partida, que siempre te gustó jugar en el bar del pueblo, algunas veces se te caían las cartas de la mano. 
Lo primero que me dijiste a los pocos días de llegar a León fue que te llevara a San Isidoro que querías confesarte. Te llevé y las pocas personas que nos encontrábamos en la Basílica, de haber puesto interés nos habríamos enterado de tu confesión, pues como tú estabas sordo te creías que todos lo estábamos. Saliste como diciendo: "estoy listo para partir al viaje del cual no se regresa. No creo mucho en esas cosas, pero por si acaso..." Me sorprendió tu petición, aunque nada te comenté. Mamá siempre dijo que en las elecciones había dos votos comunistas y uno de ellos era el tuyo, seguro. Tú te sonreías cuando la oías pero no afirmabas ni negabas. 
Sólo pasó un mes desde tu visita al templo y tu partida definitiva. Más de una vez me dijiste: "Ya no atino, hija, ya no atino". Para ti tu mente era  lo que más temías perder. Muchas personas compartimos tu preocupación. 
Pero no llegaste a perder tus facultades. Una tarde del día 11 de mayo nos dejaste para siempre. Había seis personas en casa y ninguna pudo darte el último adiós.  Hacía solo cinco minutos que había charlado contigo en el salón. El depurativo no te gustaba. Fui a tu cama a intentar que tomaras un poco más y tú ya no estabas allí. Sólo tu cuerpo tendido en la cama me recibió. Cinco minutos que nos separaron de aquí al más allá. Tenías la alfombra en tu mano, la apretabas como si hubieras querido levantarte o pedir ayuda. A pesar de no haber despedida me alegré que te hubieras ido "atinando" en casi todo. Pero... me hubiera gustado estar presente.

Tu entierro: 
Tu entierro no fue multitudinario como el de mamá. Siempre comentabas que a tu entierro no iría nadie porque tu nunca ibas a ninguno. Fue normal y sencillo. Te acompañamos con la funeraria hasta el pueblo. Allí los vecinos te esperaban a la puerta de la iglesia. Esta vez el cura, el mismo de ayer y de hoy, dijo que eras un buen cristiano porque ibas a misa los domingos. Sí, fuiste un buen hombre, muy trabajador y siempre dispuesto a echar una mano a quien vieras en un bache.  
Recordé que desde que dejaste que tu prioridad fuera el trabajo, que fue pasados los 70, alguna vez te pregunté: ¿Qué dijo el cura hoy en el sermón? ¡Ah! no sé, ya sabes que estoy sordo como una tapia. Yo voy tarde, me quedo atrás para salir rápido con los de siempre a  jugar la partida, que si tardo se pone otro en mi lugar. Por eso ibas a misa. ¡Qué sabrá el cura! 


Pero insisto, así deseo que sea mi partida: "Es preferible la muerte, a una vida amarga, y el eterno descanso, a una enfermedad permanente" del Libro del Eclesiástico.



2 comentarios:

  1. Una muerte rápida y son dolor es envidiable. Referente a los funerales, te comento que en el funeral de mi padre el cura leyó unas palabras definiendo las cualidades de mi padre, y para los que le conocíamos, pensamos que se había confundido de funeral, destacó todas aquellas cualidades que no tenía en absoluto. Creo que cogió la fotocopia equivocada.
    Saludos.

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  2. ¡Hola Máximo! Ya me imagino las caras de los presentes en el funeral de tu padre, pero al menos destacó cualidades... peor es ignorar a la protagonista como ocurrió con mi madre... Eso no tiene nombre. Un saludo.

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