El Señor Felipe era un hombre viudo que vivía con su hija en un pueblecito de La Valdería.
El Señor Felipe era uno de esos seres humanos de los que quedan muy pocos en los pueblos para guardar la memoria de éstos. Llegué a su casa para pedirle a su hija Mary que viniera a mi escuela con el traje típico regional, heredado de su madre, para mostrarles a los escolares los secretos del mismo.
Al llegar a su casa de piedra, me encontré dentro de un patio recibidor no muy amplio. A un lado había un gran horno de pan cubierto de barro, como todos, pero adornado con un gran número de utensilios de varios tipo de madera tallados: madreñas, patos de madera, cucharas, tenedores, recipientes... Aquella pequeña estancia, además de taller era un museo.
Allí, junto al horno, el señor Felipe con una lezna en la mano agujereaba un tenedor por su extremo. Más tarde introducía alambres al rojo vivo de distinto grosor que quemaban y hacían más grande el agujero para que el tenedor pudiera ser colgado. No era un hombre de muchas palabras pero se explayó con mi joven sombra. Me mostró el tenedor de madera de boj, dijo, más fácil de trabajar que otras maderas, aunque resistente. Me llamó la atención un pato de madera pintado de vivos colores. Él, lo cogió en sus manos y me dijo que era un "reclamo". En mi vida, había visto patos blancos, grises, negros y marrones o mezcla de estos colores. Nunca había visto un pato tan precioso y hasta dudaba que en aquel entorno existieran. En unos meses pude comprobar que estaba equivocada y aquel pato era una fiel copia de otros vivos y vivaces, aunque él, no tenía vida propia. Hoy, cada vez que veo en el estanque del Parque de Quevedo uno de esos patos de brillantes colores recuerdo al señor Felipe. Un hombre sin letras, pero sabio, de los que ya no abundan.
Se iba al río de madrugada, echaba el pato policromado en una pequeña laguna que formaba el río Eria. El señor Felipe hacía el sonido peculiar de aquel pato y al momento unos cuantos nadadores iguales al "reclamo" pero que no eran mudos como él, lo rodeaban. Salí de su casa con un tenedor tallado por sus hábiles manos que usé y conservé muchos años hasta que uno de sus dientes decidió quizás irse con su dueño tallador.
¡Por supuesto que Mary vino a la escuela!, su padre le había dicho: ¡Explícaselo bien, como si fueras tu madre! Con ella vimos y aprendimos lo que era el manteo, el tiber, el mandil, la chambra... También trajo dos camisas de lienzo gordo bordadas que ponían los hombres antiguamente y nos habló de varias costumbres peculiares... Nos enseñó muchas cosas que no sabíamos. ¡Claro que Mary estaba aprendiendo a ser una mujer sabia como su padre!
Un personaje entrañable, el Señor Felipe: "El hombre que tan solo es hermoso gusta únicamente mientras se mira, pero el hombre sabio y bueno siempre es hermoso" de Safo de Lesbos.
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