martes, 3 de marzo de 2015

¡Una navaja!





 Mi sombra trabajaba en Los Barrios de Nistoso. La primavera ya estaba muy avanzada.

 Mi hijo Raúl, aún no había cumplido los cuatro años. Jugaba junto a mi sombra a la puerta de la escuela. Pasó nuestra vecina, la señora Lídia y se paró a saludarnos. El pequeño curioso le preguntó dónde iba y ella le dijo que a por unas berzas. 

La señora Lídia siguió su camino. No mucho más tarde la vi regresar a través de los cristales de la ventana con dos repollos que sujetaba bajo un  brazo. En la otra mano no supe lo que llevaba hasta que unos minutos más tarde mi hijo entró corriendo muy alborozado a enseñarme lo que le había regalado la señora, el mejor juguete para él por la cara que ponía. ¡Una navaja! Estupefacta contemplé en las manos del niño una vieja navaja con el mango de madera, no muy afilada pero que abierta medía unos 20 cm. 

El niño salió corriendo igual que había entrado a por un palo. Yo detrás de él pensando en la pataleta del pequeño si se la quitaba ahora. Seguro que sus gritos los oiría la señora Lídia desde su casa. El niño se pasó parte del mediodía y la tarde sin soltar la navaja pelando palos, cortando tallos, agujereando hojas... Mis ojos de sombra sin apartarse de sus manos y de la navaja. 

Llegada la noche lo acosté y por fin soltó la navaja, para jugar mañana me dijo... 

Cogí la navaja como si fuera un tesoro al que tuviera que meter en una caja fuerte. La metí en la parte de atrás de un enorme cajón de una gran mesa de madera que había en la cocina. 

Por la mañana nada más levantarse, el pequeño, preguntó por la navaja. Le dije que la había dejado al lado del fregadero. Empezó a buscar la navaja. Yo le ayudaba en su búsqueda tranquilizándolo y diciéndole que ya aparecería. Jugando con otros niños se lo contaba y se olvidaba de la navaja. Pero era llegar a la cocina volvía a acordarse de ella. Creo que la famosa navaja aún permanecerá en el cajón de la vieja mesa, de la bonita escuela de aquel precioso pueblo.


Hoy mi hijo ha cumplido cuatro décadas y aún se acuerda de la navaja que le regaló la señora Lídia. Mi precaución de aquel día también: "Los años nos enseñan muchas cosas que los días no saben nunca" de Waldo Ralph Emerson.


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