¡Yo soy!
En las escaleras del Conservatorio, mi sombra escucha a dos mujeres de unos treinta y tantos:
_¡Si te cuento lo que me pasó el sábado te caes de espaldas!
_¡No será para tanto. ¿Qué te pasó? _preguntó su interlocutora.
_¡Me lo juran y no me lo creo! Como hizo sol salí con los niños hasta el parque de Quevedo. Mientras ellos se columpiaban y subían y bajaban del tobogán yo me senté frente a ellos.
Se acercó un señor mayor, con cara de buena gente y se sentó a mi lado. Me preguntó si eran míos los dos niños y yo le dije que sí. Luego me preguntó que dónde trabajaba mi marido. Yo que nunca cuento nada a desconocidos, quise ser amable y le dije:
_No es que yo estoy separada, pero soy soltera. En esto el abuelo que parecía educado, me coge las manos y me suelta:
_¡Ah sí, pues verás que bien nos lo vamos a pasar tú y yo juntos! Mira me quedé sin habla. ¡No tenía pinta de "viejo verde"! De un tirón solté sus manos y llamé a los niños para irnos. ¿Pues no vino detrás de mí para ver mañana cuando nos veíamos? Mira me llevé tal susto que se me pone el vello de punta sólo de pensarlo.
_¡Serás ingenua! ¿Y tú que crees que a los "viejos verdes" se les nota en la cara? La verdad es que no te puedes fiar de nadie.
_¡Dímelo a mí! Cogí a los niños de la mano y salí del parque si mirar atrás. Ellos querían pararse a ver los animales. ¡Para ver animales estaba yo!
Pensando en el viejo recordé: "El que pregunta con mala intención, no merece conocer la verdad" de San Ambrosio.
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