¡Yo soy!
Una anciana se sienta a mi lado en el parque mientras vigilo a mi nieta.
Comenzó contándome que en El Bierzo ya estaban todos los árboles en flor, que en su enorme huerta tenía: cerezos, manzanos, perales, avellanos... y una gran casa. Luego añadió:
_Ya ves tanto trabajo, para nada. Mi marido y yo nos fuimos a Suiza, dejamos aquí las niñas, hasta que mi hermana dijo que eran adolescentes y podían darle problemas. Nos vinimos y dos años después con sólo 38 años se me murió. Sin disfrutar ni de las niñas, ni de todo lo conseguido.
Mi sombra cotilla quiso saciar su curiosidad:
_¿Y de qué murió tan joven?
_Ya ves, de una tontería, de una úlcera de estómago. Un día hizo un gran esfuerzo para colocar una rama de una parra, sintió que algo dentro se desgarraba pero no dijo nada, siguió trabajando como una mula. Cierto día lo descubrí vomitando en unas zarzas y un día que segaba un trozo de hierba, lanzó la guadaña con fuerza lejos de él, y dijo: ¡Me cago en ... nunca más voy a volver a segar! Entonces me dijo lo mal que se encontraba y que a veces sangraba por arriba y por abajo.
_Lo llevé al médico _continuó_ y no llegó a la operación. Así que quedé con tres hijas muy buenas, económicamente no me faltó de nada, pero... sola con 36 años.
_¿Podía haber rehecho su vida? Comentó mi sombra.
_No hija no, supe lo que era un hombre y ya no necesité más.
Mi nieta se acercó y me espetó:
_¿Conoces a esa señora?
_No, no la conozco.
_Pues tú siempre dices que no hay que hablar con personas desconocidas.
Tuve que darle la razón. Mientras me despedí de la anciana pensé: "La vida es lo que nos empuja, cuando nos habíamos propuesto algo muy diferente" de Henry Miller.
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