Su madre la esperaba en el aeropuerto de Barajas y nada más verle la cara a su hija supo que algo andaba mal.
Carla, de 18 años, se había ido con un grupo a Londres para practicar su inglés. Cada estudiante se alojó en una familia. Carla estaba contenta. La señora, Evelyn, era encantadora y los niños también. El marido era otra cosa. Había sido policía y le habían echado del cuerpo por varias irregularidades cometidas en su trayectoria profesional de sólo cinco años. ¡Nunca tenía una libra! Su mujer más de una vez le había dicho que si no cambiaba se separaría, pero seguía con él por los hijos que tenían en común.
A los quince días de estar allí, Carla le había tomado cariño a los niños y a Evelyn. Confiaba en la familia y se alegraba de su buena suerte. Algunos compañeros se quejaban constantemente del clan que les había tocado, dos se habían cambiado de casa al poco de llegar y una de sus mejores amigas estaba pensando en hacerlo porque pasaba mucho tiempo sola y apenas practicaba inglés con el matrimonio con el que vivía.
Al acostarse, ese día Carla como tenía por costumbre, vació sus bolsillos y dejó sus billetes de 10, 20 y 50 libras esterlinas en un pequeño fajo junto con varias monedas sobre la mesilla de noche. Al día siguiente cogió su dinero y continuó con su rutina: familia, clases, ocio y descanso.
Al regresar a su familia de acogida ésta estaba revolucionada. A la señora de la casa le faltaban dinero: varios billetes de 10, 20 y 50 libras. Evelyn estaba muy confundida. Su marido llamó a la policía porque decía que sólo podía haber sido Carla.
La policía interrogó a Carla que llorando en su inglés chapurreado en español explicó que ella jamás había cogido dinero alguno. Enseñó sus libras en billetes y ... Los billetes de Carla coincidían con la serie de los que le faltaban a la señora de la casa, que en vez de culpar a Carla ante la evidencia, no apartaba los ojos de su marido. Cuando delante de la policía le pidió a su esposo que enseñara el dinero de su cartera...¡Sorpresa! Sus billetes eran de una numeración muy distinta, como se demostró, los llevados desde España por Carla.
¿Será posible que haya gente tan cínica? El sinvergüenza del policía, había cambiado los billetes que sustrajo a su mujer por los de Carla mientras ésta dormía. Evelyn se tapaba la cara al tiempo que decía en inglés: Know! Know!I knew it was him!'s The last one I do! (según el traductor): ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Sabía que había sido él! ¡Es la última que me haces!
El gran disgusto de Carla le costó adelgazar dos kilos. La palidez de su cara y el llanto al abrazar a su madre en el aeropuerto, no le dejaron dudas a ésta. Su hija no venía contenta de la experiencia. Pero jamás imaginó que algo así podía haber sucedido.
Estas experiencias casi siempre salen bien, pero a Carla no le quedaron ganas de repetirla nunca más. La señora, que se separó a raíz de este acontecimiento y Carla se felicitan en ocasiones señaladas.
Una vez más la realidad sobrepasa a la imaginación: "Nunca se ha podido, con ayuda de las palabras, expresar todo lo que ocultan las palabras" de Eugène Ionesco.
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