El señor paró su viejo Citroën en la Avenida Quevedo frente a un cajero automático, a lo Esperanza Aguirre. Dejó las llaves puestas y se bajó dirigiéndose al cajero. Acabó de poner los pies en el asfalto y dar dos pasos cuando vio con estupor que su viejo cacharro se movía. Intentó darle alcance pero sus piernas se negaron a correr.
Sacó su móvil y marcó el 091. La policía apareció con prontitud. Les dio las señas del ladrón: un hombre joven, alto, delgado, con melena rizada oscura y cara de malahostia. No necesitó seguir, los dos agentes le comunicaron que muy pronto volvería a conducir su coche, aconsejándole que fuera precavido para la próxima ocasión y por poco tiempo que se separa de su utilitario, quitara siempre las llaves.
La policía se dirigió a un número conocido en Trobajo del Camino y... allí estaba bien aparcado ante la puerta. Llamaron al inquilino que no negó la sustracción sino que les dijo el importante motivo por el que lo había hecho: ¡Había perdido el autobús y no iba a regresar andando!
¡Tendrá jeta el tío! Aconsejaron al dueño no denunciar. ¡Es perder el tiempo! Mañana, pasado, al otro día y al otro hará lo mismo, repetirá con otra escusa parecida.
Y el birlador se quedó tan pancho: "Quién es el hombre más inútil? Aquél que no sabe mandar ni obedecer" de Johann W. von Goethe.
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