¡Yo soy!
Pegué mi sombra a la silla de ruedas en la que una joven, que he seguido varias veces, parece que espera.
¿Alguien pensará que me da lástima, tan joven y en silla de ruedas?
Pues no. ¡Es una déspota y una faltosa!
¡Tiene un genio insoportable!
Su madre, una mujer con gordura mórbida, se acerca para empujar la silla.
_¿Trajiste el paraguas? _dice la inválida.
_No, se me olvidó _contesta la obesa tímidamente.
_Pues sube, ¿a qué esperas? ¡No ves que está a punto de llover! ¡Dónde tendrás la cabeza! y de paso, recoge el pelo que con esas greñas pareces una loca. ¡Ah! y bájame el bolso, creo que lo dejé en el salón y mira a ver si tengo el móvil dentro. Si no está búscalo en mi habitación. Bueno, ¡Con lo inútil que eres no sé si lo encontrarás...!
_¿Lo veis? ¡No son formas de tratar a la persona de la que dependes y más si es tu madre! Marché con mi sombra encogida:
"No arrojes piedras en la fuente de la que has bebido" del Talmud. Yo añadiría: "Y de la que aún sigues bebiendo"
Conocí a un chico ciego cuyo carácter tampoco es muy amable que digamos. Es posible que algún día pegues tu sombra a su vera. Las últimas veces lo he visto por Burgonuevo.
ResponderEliminarDe todas formas,imagino que una desgracia de ese tipo amarga el carácter a la mayoría de la gente. Espero no tener que comprobarlo en mis carnes.
Tienes razón, creo que me pasé con el lenguaje. Lo cambiaré.
ResponderEliminarGracias Mara.