¡Yo soy!
En un viejo rincón, me encontré a Serafín "el loco" arrimado a una vieja pared, siempre le gustaron las tapias. Pateaba el suelo mientras giraba la gorra entre las manos. Luego se abrazaba la cabeza mientras decía: ¡Maldita cabezota!
Serafín nació en mi pueblo, pero hace muchos años que vive en León.
Cuando yo era niña, cierta tarde (sólo hacía tres días que había muerto el padre del demente), dos familiares suyos se presentaron en casa de mi abuelo muy, muy alterados:
_¡Don Luis! ¡Don Luis! tiene que venir al Cementerio, a usted le respeta... a usted le respeta...
Mi abuelo se fue con ellos al Campo Santo. Los familiares no se atrevieron a entrar.
¡La estampa que contempló era dantesca!, según oí contar varias veces.
Serafín, había desenterrado a su padre, lo había sacado del féretro y lo había colocado sobre la tierra, al lado de la tumba, mientras con un pañuelo, espantaba las moscas al cadáver.
De joven, todo el mundo temía al perturbado. De mayor, a medida que enveje, parece que su cordura aumenta. Contesta a la gente que le habla... saluda...
_Buenas tardes Serafín _le saludé_ no me contestó. ¡Claro que no se puede pretender que se conteste a las sombras. Aunque... ¡siempre me pareció que hablaba con alguna!.
La muralla quedó allí mirándole. Mientras me alejaba vino a mi sombra la frase:
"Y terminó dándose cuenta que todos los locos eran filósofos , y que todos los filósofos estaban locos". Del matemático francés Henri Poicaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario