miércoles, 16 de enero de 2008

En Casa Blas.











¡Yo soy!


Como sombra, estoy tomando un vino y unas patatas picantes en "Casa Blas". Ya sus paredes no están negras y llenas de llaves como antiguamente, pero el sabor de sus patatas es el mismo.
Me acompaña mi hermano, el que solanea los teléfonos ensombrecidos. Nada más traerle el vino, alguien le da en el codo al pasar y le humedece todo el pantalón.

_Parece que te measte _comenté yo.

_No vuelvas a decir eso, hubo una vez con sólo seis años que me meé encima. ¿Tú no te acuerdas?

_No, como no te expliques...

_Fue en el pueblo donde nacimos. Yo iba a la escuela. Aquel día había nevado y llegué un poco tarde. Al llamar a la puerta, el maestro, "Zapatones" (así le llamábamos porque eran viejos y con la punta para arriba), abrió la puerta y me dijo:

_¡A buenas horas! pues podías irte para tu casa. Yo, en mi inocencia, pegué media vuelta y me fui. Cuando llegué a casa te lo conté a ti que te sorprendiste de verme. Por la tarde volví a la escuela y nada más entrar, "Zapatones" me dio una hostia que me tiró al suelo. Yo con la sorpresa y el miedo, me meé encima y muchos días me pregunté ingenuamente. ¿Por qué me habrá pegado?. Aún me duele cuando lo recuerdo. Ahora si me ve, me saluda, pero yo sólo pienso en aquello...


Yo, le veo triste y quiero recordar una frase de Concepción Arenal: "No hay nada que endurezca como ser tratado con dureza".



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