miércoles, 25 de noviembre de 2009

En el parque San Francisco






¡Yo soy!





Eran dos chicos y una chica que no llegaban a los veinte. Uno de ellos no paraba de hablar:

_Me diste de lado, no me cogías el móvil, amigos desde siempre para esto. Las cosas se hablan. Yo ahora sé que lo estás pasando mal por lo de tus padres, si ellos discuten la pagan contigo. Yo eso lo he vivido, así que tienes que pasar de ellos y estudiar por ti, si hasta ahora las cosas van mal, pueden mejorar, son épocas.

_Tú decías que era culpa de Sara _le contesta el aludido_ que ella me dirigía, y no era cierto. Te digo que estoy harto de todo. ¡Paso de todo y de todos! Voy a coger el coche y me estrello a toda velocidad, ya nada me importa, de verdad.

_¡No sabes lo que dices _le razona el primero_ porque el problema ahora está ahí! Pero te digo que esto pasará y verás como ya no tiene tanta importancia.

_Tengo que salir de mi casa como sea _continúa el deprimido. ¡Yo no tuve la culpa del accidente, fue el camión!

_Todos lo sabemos _interviene la chica_ pero fue el hermano de tu novia el que murió, comprende que ella te dejara...

_¡Pues no, no lo comprendo, entonces es que ella ve en mí al asesino de su hermano y eso aún es peor!

Por más que lo intentan, no hay consuelo para el joven, que se sigue lamentando.


 Mi sombra entristecida admira el esfuerzo de sus amigos por ayudarle y recuerda:
"No se puede enseñar nada a un hombre, sólo se le puede ayudar a descubrirlo en su interior" de Galileo Galilei.




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